¿Se pueden producir transformaciones desde una matriz conservadora? ¿Se pueden producir cambios educativos y sociales si
gran parte de los maestros reproducen el discurso hegemónico y la cultura del
poder? En estas breves reflexiones procuraremos plantear la necesidad de un debate interno en la escuela pública.
"El triunfo de la educación" del pintor y muralista boliviano Miguel Alandia Pantoja (1914-1975) en el centenario de su natalicio |
Desentrañar el curriculum oculto
Currículo
oculto: así se llama en educación ese cúmulo de prácticas que circulan dentro
de las escuelas, verdades instituidas pero no prescriptas y de las cuales no se
habla. Los roles, usos y costumbres se resignifican en cada institución en
función de la historia y la realidad profesional, personal y social de los
sujetos que la constituyen. Como en todas
las instituciones, se instala una fuerza corporativa en cada unidad de trabajo
y como conjunto gremial. Los docentes son una corporación constituida -en gran
parte- por ciudadanos conservadores de sus roles y de su clase. El eje que
atraviesa centralmente a los “corpus” es su perdurabilidad en el tiempo, la
duración de los cuerpos sociales supera a la de sus miembros.
Durante muchos
años los maestros no se consideraron “trabajadores” incluso algunos gremios
rechazaron formar parte de algún otro colectivo más amplio como la CTA o la CGT. Durante
la dictadura y después la democracia
neoliberal, fueron pocos los docentes que reaccionaron frente a las
situaciones verdaderamente adversas que atravesaron a la sociedad. En la década
de los 80 el salario y el sistema educativo estaba fragmentado, no había
salario básico unificado ni paritarias. Los suelos congelados en medio de una
hiperinflación histórica. En los 90 el ajuste pasó por la reducción de los
puestos de trabajo o el reciclado de los cargos, el congelamiento del salario y
la suspensión de las negociaciones. Entre el 2000 y 2002 continuó y se acentuó
la emergencia económica y educativa: paritarias clausuradas, sueldos en
patacones y otras pseudomonedas, ajustazo, recorte y descuento del salario de
bolsillo.
No todos los
gremios ni todos los docentes callaron estos efectos. Hubo colectivos docentes
que produjeron hechos históricos como la marcha blanca en 1988 y la carpa docente entre 1997 y 1999. En esos
tiempos, fue un sector de la docencia y de la comunidad educativa, quienes
resistieron al neoliberalismo y sostuvieron con voluntad y esfuerzo la escuela
pública. Pero otros, a través de gremios conservadores, pactaron con algunos
gobiernos provinciales intercambio de beneficios: desmovilización a cambio de
cargos de conducción y de jerarquía claves para el manejo de los espacios de
poder distrital.
Durante años
el espíritu del mercado penetró las escuelas. Se hizo un trueque implícito
entre los gobiernos y los docentes: bajos salarios y a cambio permisividad en
la exigencia del trabajo. Aumentó el ausentismo, que a veces no figura en los
contralores porque se acuerda con los directores o inspectores; la cadena de
supervisión se fue relajando y la calidad de la educación cayó junto con el
deterioro de edificios y equipamiento. Se dejó de planificar; de trabajar fuera
del horario establecido (y cuando esto ocurre se dan compensatorios) y de llegar 15 minutos antes a la escuela para
recibir a los alumnos. Recién con los
gobiernos de esta última década ha habido
paritarias, aumento permanente del salario, respuesta a las necesidades de
equipamiento y edificios. Falta, claro que falta, pero quienes hemos trabajado
en años de carencias y de ausencia de estado, sabemos bien cuál es la
diferencia. Estaría bueno hacer historia y contarles a los miles de docentes
jóvenes que se han incorporado a la docencia para valorar los logros.
La alusión a
estos temas por parte de algunos padres y sectores de la comunidad que tienen
memoria, es recibida con profundo malestar por los maestros. En las
generalizaciones, pagan justos por pecadores. Hay una reacción corporativa
frente a quienes se atreven a pronunciar el currículo oculto, ese secreto del
que hablan los propios maestros cuando se trata de opinar de los docentes de
sus hijos. Es también la queja que aparece en los talleres o los encuentros que
realizan siempre los docentes que ponen
el cuerpo para sostener la calidad educativa y que se sienten solitarios en la
lucha. Son los menos y los mismos los que trabajan aún en horas extras, que
planifican sus clases, que se perfeccionan, que se incorporan a grupos de
debates. El problema es complejo y de
larga data, difícil para desenmarañar. No hay magia posible. Los históricos
bajos sueldos han llevado a muchos docentes a tener dos y hasta tres cargos. Por
cargo docente se pagan dos y tres sueldos. Hay suplentes de titulares,
suplentes de suplentes, suplentes de suplentes de suplentes con todo lo que
implica en el vínculo y aprendizaje para el chico. Muchas suplencias por
enfermedad son imposibles de comprobar porque llevan el sello de algún médico y
a veces justifican viajes de placer bajo diversos artilugios. Todo esto forma parte
de las charlas de pasillo, siempre en voz baja: secretos de familia.
Con
más del 6% del presupuesto destinado a educación, paritarias establecidas
legalmente, un Plan de Mejora Educativa Nacional que financia la capacitación
en servicio; es preciso discutir estas cuestiones y mejorar la calidad de los
conocimientos impartidos. La escuela es un agente fundamental en la
transformación de una sociedad, pero, ¿cómo se puede transformar desde una
matriz conservadora y si gran parte de los maestros reproducen el discurso
hegemónico y la cultura del poder?; ¿si se piensa como piensan los sectores
elitistas y de exclusión?; ¿si muchos docentes no usan las netbooks con los
alumnos para “no hacerle el caldo gordo a Cristina”?; ¿si no quieren
capacitarse en horas extras aún pagadas?; ¿si no quieren tampoco en febrero “porque
se stresan”?; ¿si la acción supervisiva -en
muchos casos- se ha convertido en “reuniones de consorcio”?
Quizá es momento de develar lo
oculto en nuestras escuelas públicas, de pronunciar lo impronunciable, analizar
entre todos los actores la vida cotidiana de la escuela y hacer propuestas
concretas de mejora. No con criterios de ajuste o vigilancia como reclaman los
sectores reaccionarios. Sí con el objetivo de desarrollar más pensamiento
crítico, como necesitamos los sectores democráticos.
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