lunes, 17 de febrero de 2014

Desmitificar la docencia

¿Se pueden producir transformaciones desde una matriz conservadora? ¿Se pueden producir cambios educativos y sociales si gran parte de los maestros reproducen el discurso hegemónico y la cultura del poder? En estas breves reflexiones procuraremos plantear la necesidad de un debate interno en la escuela pública.


"El triunfo de la educación" del pintor y muralista boliviano Miguel Alandia Pantoja (1914-1975) en el centenario de su natalicio 

 Desentrañar el curriculum oculto
Currículo oculto: así se llama en educación ese cúmulo de prácticas que circulan dentro de las escuelas, verdades instituidas pero no prescriptas y de las cuales no se habla. Los roles, usos y costumbres se resignifican en cada institución en función de la historia y la realidad profesional, personal y social de los sujetos que la constituyen.  Como en todas las instituciones, se instala una fuerza corporativa en cada unidad de trabajo y como conjunto gremial. Los docentes son una corporación constituida -en gran parte- por ciudadanos conservadores de sus roles y de su clase. El eje que atraviesa centralmente a los “corpus” es su perdurabilidad en el tiempo, la duración de los cuerpos sociales supera a la de sus miembros.  
Durante muchos años los maestros no se consideraron “trabajadores” incluso algunos gremios rechazaron formar parte de algún otro colectivo más amplio como la CTA  o la CGT.  Durante la dictadura y después la democracia  neoliberal, fueron pocos los docentes que reaccionaron frente a las situaciones verdaderamente adversas que atravesaron a la sociedad. En la década de los 80 el salario y el sistema educativo estaba fragmentado, no había salario básico unificado ni paritarias. Los suelos congelados en medio de una hiperinflación histórica. En los 90 el ajuste pasó por la reducción de los puestos de trabajo o el reciclado de los cargos, el congelamiento del salario y la suspensión de las negociaciones. Entre el 2000 y 2002 continuó y se acentuó la emergencia económica y educativa: paritarias clausuradas, sueldos en patacones y otras pseudomonedas, ajustazo, recorte y descuento del salario de bolsillo.
No todos los gremios ni todos los docentes callaron estos efectos. Hubo colectivos docentes que produjeron hechos históricos como la marcha blanca en 1988 y la  carpa docente entre 1997 y 1999. En esos tiempos, fue un sector de la docencia y de la comunidad educativa, quienes resistieron al neoliberalismo y sostuvieron con voluntad y esfuerzo la escuela pública. Pero otros, a través de gremios conservadores, pactaron con algunos gobiernos provinciales intercambio de beneficios: desmovilización a cambio de cargos de conducción y de jerarquía claves para el manejo de los espacios de poder distrital.
Durante años el espíritu del mercado penetró las escuelas. Se hizo un trueque implícito entre los gobiernos y los docentes: bajos salarios y a cambio permisividad en la exigencia del trabajo. Aumentó el ausentismo, que a veces no figura en los contralores porque se acuerda con los directores o inspectores; la cadena de supervisión se fue relajando y la calidad de la educación cayó junto con el deterioro de edificios y equipamiento. Se dejó de planificar; de trabajar fuera del horario establecido (y cuando esto ocurre se dan compensatorios) y  de llegar 15 minutos antes a la escuela para recibir a los alumnos. Recién con los gobiernos de esta última década  ha habido paritarias, aumento permanente del salario, respuesta a las necesidades de equipamiento y edificios. Falta, claro que falta, pero quienes hemos trabajado en años de carencias y de ausencia de estado, sabemos bien cuál es la diferencia. Estaría bueno hacer historia y contarles a los miles de docentes jóvenes que se han incorporado a la docencia para valorar los logros.
La alusión a estos temas por parte de algunos padres y sectores de la comunidad que tienen memoria, es recibida con profundo malestar por los maestros. En las generalizaciones, pagan justos por pecadores. Hay una reacción corporativa frente a quienes se atreven a pronunciar el currículo oculto, ese secreto del que hablan los propios maestros cuando se trata de opinar de los docentes de sus hijos. Es también la queja que aparece en los talleres o los encuentros que realizan siempre los docentes que  ponen el cuerpo para sostener la calidad educativa y que se sienten solitarios en la lucha. Son los menos y los mismos los que trabajan aún en horas extras, que planifican sus clases, que se perfeccionan, que se incorporan a grupos de debates.  El problema es complejo y de larga data, difícil para desenmarañar. No hay magia posible. Los históricos bajos sueldos han llevado a muchos docentes a tener dos y hasta tres cargos. Por cargo docente se pagan dos y tres sueldos. Hay suplentes de titulares, suplentes de suplentes, suplentes de suplentes de suplentes con todo lo que implica en el vínculo y aprendizaje para el chico. Muchas suplencias por enfermedad son imposibles de comprobar porque llevan el sello de algún médico y a veces justifican viajes de placer bajo diversos artilugios. Todo esto forma parte de las charlas de pasillo, siempre en voz baja: secretos de familia.
Con más del 6% del presupuesto destinado a educación, paritarias establecidas legalmente, un Plan de Mejora Educativa Nacional que financia la capacitación en servicio; es preciso discutir estas cuestiones y mejorar la calidad de los conocimientos impartidos. La escuela es un agente fundamental en la transformación de una sociedad, pero, ¿cómo se puede transformar desde una matriz conservadora y si gran parte de los maestros reproducen el discurso hegemónico y la cultura del poder?; ¿si se piensa como piensan los sectores elitistas y de exclusión?; ¿si muchos docentes no usan las netbooks con los alumnos para “no hacerle el caldo gordo a Cristina”?; ¿si no quieren capacitarse en horas extras aún pagadas?; ¿si no quieren tampoco en febrero “porque se stresan”?;  ¿si la acción supervisiva -en muchos casos- se ha convertido en “reuniones de consorcio”?
Quizá es momento de develar lo oculto en nuestras escuelas públicas, de pronunciar lo impronunciable, analizar entre todos los actores la vida cotidiana de la escuela y hacer propuestas concretas de mejora. No con criterios de ajuste o vigilancia como reclaman los sectores reaccionarios. Sí con el objetivo de desarrollar más pensamiento crítico, como necesitamos los sectores democráticos.