lunes, 21 de abril de 2014

ENSEÑAR Y APRENDER HISTORIA

¿Por qué no se conoce al Jesús de la historia? ¿Por qué se olvida que Jesús lideró un movimiento social y político que enfrentó a todos los poderes instituídos de su época? ¿Es preferible adorar a un Jesús endiosado en el cielo que recordar a un hombre revolucionario en la tierra?



"Testimonio 65", obra de Juan Carlos Castagnino 
(pintor argentino, 1908-1972).  T
estimonio trágico y silencioso que interpela. El Cristo crucificado es como el espejo y la voz del hombre amordazado que recuerda hechos de la historia argentina como la Semana Trágica de 1919 y el levantamiento de peones rurales en la Patagonia Rebelde de 1921.
  

La historia
Como todos los años, y como hacemos con la historia convertida en efemérides, hemos recordado a Jesús como Cristo, como figura celestial, hijo de dios. Muy difícilmente en algún momento, hablemos de la historia de Jesús como hombre comprometido socialmente. Y sin embargo, Jesús fue hombre en la tierra aún para la religión. Fue un hombre que se enfrentó radicalmente a los cuatro sectores políticos de su época. Los mismos que existen en cualquier sociedad; en cualquier tiempo. Los saduceos, que era el poder dominante, bisagra y cabecera de puente del poder imperialita romano. Domesticaban hacia abajo. Los fariseos, clase media ilustrada, moralizante y legalista;  "sepulcros blanqueados llenos de pudrición" -les dijo Jesús-. Tenían un fuerte control sobre las costumbres y la ética social. Los zelotes, una especie de guerrilla urbana, ultranacionalista, que apuñalaba a los traidores aprovechando las grandes concentraciones en las fiestas religiosas. Y los esenios, monjes que vivían apartados del pueblo y representaban la despolitización. Todos estos sectores, con mayor o menor responsabilidad, lo llevaron al suplicio.
El Jesús de la política como tantas figuras que encarnan un acontecimiento liberador representan un pasado que adelanta a nuestro presente y como tal no se deja escribir o enseñar o aprender como historia
Hay un pasado que no se deja incorporar al relato, a la representación que son propias de la historia como disciplina, esto es: hay un pasado que no es pasado para ninguna corriente interpretativa porque es un pasado que se adelanta al presente por lo que aún tiene de futuro irrealizado y porque cuando asumió el carácter de acontecimiento, alcanzó una cota de dignidad mayor a la actual. Este pasado que adelanta es el de acontecimientos que se resumen en figuras o momentos de la humanidad como fue el caso de Jesús. Este es un pasado posterior, que no se deja objetivar como modelo ejemplar o como bandera a reinvindicar. Su fracaso o su derrota son también los nuestros porque si hemos quedado por detrás de ese pasado es también a raíz de esa derrota o de ese fracaso. Si todavía estamos por ejemplo por detrás de la dignidad revolucionaria de Agustín Tosco, no es porque este líder sea una figura a imitar sino porque sus enemigos, que lo masacraron, todavía están estructuralmente vivos frente a nosotros y porque el método para enfrentarlos no puede ser otra que la misma coherencia moral que dio fuerza a su rebeldía.
Desde este punto de vista la historia de los sucesos aparece como repetición al infinito de la inequidad que, en el capitalismo se identifica con la circulación de la mercancía y la rotación del capital. Sin la consideración de ese tiempo revolucionario que intermitentemente interrumpe el ciclo histórico, la historia como disciplina o simple narración se convierte en la reproducción de la legitimidad de lo fáctico, es decir de lo realmente sucedido y no de lo que debió ser. Esto contrapone la idea de tiempo a la de historia. Los hechos históricos corresponden a un pasado que se perpetúan en el presente; impidiendo la acción emancipadora. A ese pasado histórico se opone el pasado posterior aludido y que corresponde a una acción del presente que se sobrepone a la repetición y se afirma en los principios inmanentes a una rebelión. Únicamente la coherencia con estos principios que no se encuentran en un cielo teológico ni metafísico sino en la dimensión pragmática de los actos de rebelión, pueden alcanzar la fuerza moral, y consecuentemente la confiabilidad.  La historia sólo se puede escribir y enseñar desde la política; más exactamente desde la acción política que es la que permite visibilizar el pasado como tiempo, no la historia como repetición. Y enseñar historia es construir tiempo, dando luz a procesos revolucionarios que quedaron olvidados o minimizados.

Qué, por qué y para qué  
Una de las finalidades más importantes de la enseñanza de la historia es formar el pensamiento histórico, con el objetivo de proveer al alumnado de una serie de habilidades y recursos de análisis, de comprensión y/o de interpretación, que le permitan construir de forma autónoma el abordaje en el estudio de la historia y su propia representación del pasado. Asimismo debe ser capaz de utilizar diferentes elementos de análisis para contextualizar o juzgar los hechos históricos, consciente de la distancia que los separa del presente. El ejercicio de una ciudadanía democrática es el fin primordial de la formación del pensamiento histórico que le permita simultáneamente interpretar el mundo presente y gestionar mejor su propio futuro.
Es una construcción social de los hechos, personajes, espacios y la interrelación de ellos cuya interpretación y narración historiográfica depende de las distintas perspectivas culturales e ideológicas de los sujetos actores. Las diferentes clases sociales, grupos y sectores constituyen diferentes modos de subjetividad y cultura. Se estructuran socialmente por la existencia de un capital simbólico, económico, cultural y social común y la lucha por la validación del mismo.
Cuando se enseña o se aprende historia, se hace desde un lugar, desde una matriz propia de conciencia y pertenencia histórico-social y esto influye en el recorte curricular que realice. Es un arbitrio de arbitrio porque el recorte que hace el profesor lo hace sobre el recorte de elementos culturales presentes en la sociedad, validados en un momento dado para convertirlos en contenidos escolares.
La historia y la geografía recién se plasmaron como disciplinas escolares en el siglo XIX. En épocas de Platón y Aristóteles, estas no eran disciplinas prestigiosas, puesto que había otras que se consideraban más importantes. Hacia 1920, bajo la influencia de la escuela nueva, aparece su vinculación a la formación de la ciudadanía. Durante muchos años se promueve la integración de estos contenidos en áreas, en las denominadas ciencias sociales. En las últimas décadas del siglo XX aparece la necesidad de volver a lo básico en estas materias.
En una primera etapa,  los sistemas educativos seleccionan de la totalidad de saberes construídos por la humanidad aquellos que consideran necesario transmitir a las nuevas generaciones (currículo explícito).  A la vez se deja fuera otra enorme cantidad de saberes de todo tipo que constituyen  el currículo ausente (aquel que se decide no enseñar). En la adaptación curricular es primero la escuela y después el docente quien hace el recorte del recorte. Es un recorte cultural que da lugar a distintos programas y/o proyectos algunos conservadores otros democráticos y flexibles.
Los programas más democráticos se elaboran desde un paradigma socio-crítico, con una mirada intercultural, postulados de integración pluralista y se enmarcan en un modelo social, económico y político que considera la importancia de los mecanismos de exclusión y discriminación en el proceso de la historia. Toma en cuenta también, el relato de los distintos actores históricos
En este sentido, uno de los principales requisitos en relación al docente o al profesor de historia son:

Ø    Posicionarse como sujeto político, comprometido con la sociedad y su tiempo.
Ø      Poseer conocimientos sobre la disciplina.
Ø     Manejo crítico de conceptos específicos y epistemológicos de información histórica  La utilización de los procesos metodológicos diferentes que posibiliten la construcción del conocimiento histórico con amplitud de visión.
Ø    La organización de los espacios curriculares y la utilización de materiales diversos que incorporen distintas miradas y diversidad de voces.
Ø      El uso de bibliografía, documentación, archivos y otras fuentes confiables de información.
Ø      Utilizar también la diversidad de diseños innovadores.

La selección de contenidos históricos y sociales, la inclusión de actores y sucesos que fueron revolucionarios y adelantados para su época y que todavía constituyen una deuda social importante, la responsabilidad profesional y el compromiso ético y político que se deposita en el acto de enseñar y de aprender,  son requisitos indispensables para tener en cuenta como docente o profesor de historia.

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