¿Por qué no se conoce al
Jesús de la historia? ¿Por qué se olvida que Jesús lideró un movimiento social
y político que enfrentó a todos los poderes instituídos de su época? ¿Es
preferible adorar a un Jesús endiosado en el cielo que recordar a un hombre revolucionario en la
tierra?
La historia
Como
todos los años, y como hacemos con la historia convertida en efemérides, hemos
recordado a Jesús como Cristo, como figura celestial, hijo de dios. Muy
difícilmente en algún momento, hablemos de la historia de Jesús como hombre comprometido socialmente. Y sin embargo,
Jesús fue hombre en la tierra aún para la religión. Fue un hombre que se
enfrentó radicalmente a los cuatro sectores políticos de su época. Los mismos
que existen en cualquier sociedad; en cualquier tiempo. Los saduceos, que era
el poder dominante, bisagra y cabecera de puente
del poder imperialita romano. Domesticaban hacia abajo. Los fariseos, clase
media ilustrada, moralizante y legalista; "sepulcros blanqueados llenos de
pudrición" -les dijo Jesús-. Tenían un fuerte control sobre las costumbres
y la ética social. Los zelotes, una especie de guerrilla urbana,
ultranacionalista, que apuñalaba a los traidores aprovechando las grandes
concentraciones en las fiestas religiosas. Y los esenios, monjes que vivían
apartados del pueblo y representaban la despolitización. Todos estos sectores,
con mayor o menor responsabilidad, lo llevaron al suplicio.
El Jesús de la política como tantas figuras que encarnan un
acontecimiento liberador representan un pasado que adelanta a nuestro presente
y como tal no se deja escribir o enseñar o aprender como historia
Hay
un pasado que no se deja incorporar al relato, a la representación que son
propias de la historia como disciplina, esto es: hay un pasado que no es pasado
para ninguna corriente interpretativa porque es un pasado que se adelanta al
presente por lo que aún tiene de futuro irrealizado y porque cuando asumió el
carácter de acontecimiento, alcanzó una cota de dignidad mayor a la actual.
Este pasado que adelanta es el de acontecimientos que se resumen en figuras o
momentos de la humanidad como fue el caso de Jesús. Este es un pasado
posterior, que no se deja objetivar como modelo ejemplar o como bandera a
reinvindicar. Su fracaso o su derrota son también los nuestros porque si hemos
quedado por detrás de ese pasado es también a raíz de esa derrota o de ese
fracaso. Si todavía estamos por ejemplo por detrás de la dignidad
revolucionaria de Agustín Tosco, no es porque este líder sea una figura a
imitar sino porque sus enemigos, que lo masacraron, todavía están
estructuralmente vivos frente a nosotros y porque el método para enfrentarlos
no puede ser otra que la misma coherencia moral que dio fuerza a su rebeldía.
Desde
este punto de vista la historia de los sucesos aparece como repetición al
infinito de la inequidad que, en el capitalismo se identifica con la
circulación de la mercancía y la rotación del capital. Sin la consideración de
ese tiempo revolucionario que intermitentemente interrumpe el ciclo histórico,
la historia como disciplina o simple narración se convierte en la reproducción
de la legitimidad de lo fáctico, es decir de lo realmente sucedido y no de lo
que debió ser. Esto contrapone la idea de tiempo a la de historia. Los hechos
históricos corresponden a un pasado que se perpetúan en el presente; impidiendo
la acción emancipadora. A ese pasado histórico se opone el pasado posterior
aludido y que corresponde a una acción del presente que se sobrepone a la
repetición y se afirma en los principios inmanentes a una rebelión. Únicamente
la coherencia con estos principios que no se encuentran en un cielo teológico
ni metafísico sino en la dimensión pragmática de los actos de rebelión, pueden
alcanzar la fuerza moral, y consecuentemente la confiabilidad. La historia sólo se puede escribir y enseñar
desde la política; más exactamente desde la acción política que es la que
permite visibilizar el pasado como tiempo, no la historia como repetición. Y
enseñar historia es construir tiempo, dando luz a procesos revolucionarios que
quedaron olvidados o minimizados.
Qué, por qué y para qué
Una de las finalidades más importantes de la
enseñanza de la historia es formar el pensamiento histórico, con el objetivo de
proveer al alumnado de una serie de habilidades y recursos de análisis, de
comprensión y/o de interpretación, que le permitan construir de forma autónoma
el abordaje en el estudio de la historia y su propia representación del pasado.
Asimismo debe ser capaz de utilizar diferentes elementos de análisis para contextualizar
o juzgar los hechos históricos, consciente de la distancia que los separa del
presente. El ejercicio de una ciudadanía democrática es el fin primordial de la
formación del pensamiento histórico que le permita simultáneamente interpretar
el mundo presente y gestionar mejor su propio futuro.
Es
una construcción social de los hechos, personajes, espacios y la interrelación
de ellos cuya interpretación y narración historiográfica depende de las
distintas perspectivas culturales e ideológicas de los sujetos actores. Las
diferentes clases sociales, grupos y sectores constituyen diferentes modos de
subjetividad y cultura. Se estructuran socialmente por la existencia de un
capital simbólico, económico, cultural y social común y la lucha por la validación
del mismo.
Cuando
se enseña o se aprende historia, se hace desde un lugar, desde una matriz
propia de conciencia y pertenencia histórico-social y esto influye en el
recorte curricular que realice. Es un arbitrio de arbitrio porque el recorte
que hace el profesor lo hace sobre el recorte de elementos culturales presentes
en la sociedad, validados en un momento dado para convertirlos en contenidos
escolares.
La historia y la geografía recién
se plasmaron como disciplinas escolares en el siglo XIX. En épocas de Platón y
Aristóteles, estas no eran disciplinas prestigiosas, puesto que había otras que
se consideraban más importantes. Hacia 1920, bajo la influencia de la escuela
nueva, aparece su vinculación a la formación de la ciudadanía. Durante muchos
años se promueve la integración de estos contenidos en áreas, en las
denominadas ciencias sociales. En las últimas décadas del siglo XX aparece la
necesidad de volver a lo básico en estas materias.
En una primera etapa, los sistemas educativos seleccionan de la
totalidad de saberes construídos por la humanidad aquellos que consideran
necesario transmitir a las nuevas generaciones (currículo explícito). A la vez se deja fuera otra enorme cantidad
de saberes de todo tipo que constituyen
el currículo ausente (aquel que se decide no enseñar). En la adaptación curricular es primero la escuela y después el docente quien hace el recorte
del recorte. Es un recorte cultural que da lugar a distintos programas y/o
proyectos algunos conservadores otros democráticos y flexibles.
Los programas más democráticos se
elaboran desde un paradigma socio-crítico, con una mirada intercultural,
postulados de integración pluralista y se enmarcan en un modelo social,
económico y político que considera la importancia de los mecanismos de
exclusión y discriminación en el proceso de la historia. Toma en cuenta
también, el relato de los distintos actores históricos
En
este sentido, uno de los principales requisitos en relación al docente o al
profesor de historia son:
Ø Posicionarse
como sujeto político, comprometido con la sociedad y su tiempo.
Ø
Poseer
conocimientos sobre la disciplina.
Ø Manejo
crítico de conceptos específicos y epistemológicos de información
histórica La utilización de los procesos
metodológicos diferentes que posibiliten la construcción del conocimiento
histórico con amplitud de visión.
Ø La
organización de los espacios curriculares y la utilización de materiales
diversos que incorporen distintas miradas y diversidad de voces.
Ø
El
uso de bibliografía, documentación, archivos y otras fuentes confiables de
información.
Ø
Utilizar
también la diversidad de diseños innovadores.
La
selección de contenidos históricos y sociales, la inclusión de actores y
sucesos que fueron revolucionarios y adelantados para su época y que todavía
constituyen una deuda social importante, la responsabilidad profesional y el
compromiso ético y político que se deposita en el acto de enseñar y de
aprender, son requisitos indispensables
para tener en cuenta como docente o profesor de historia.
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