Tonucci, "Con ojos de niño", REI, 1988 |
Se re-transmite
actualmente un mensaje que censura la posibilidad de hacer política en las
escuelas aduciendo que atenta con la
construcción de un pensamiento libre y democrático y que, en razón de ello, es
necesario preservar los espacios educativos -tanto del
nivel inicial, primario como secundario- de la práctica o del relato referidos a la política, dentro de las escuelas. Esta afirmación es contradictoria en sí
misma y restrictiva de la ampliación de derechos y de ciudadanía porque no
tiene en cuenta que es imposible construir un pensamiento libre y democrático
si no se conocen los distintos modos de concebir la convivencia democrática. Si no se aprenden y se practican. Se
elige y se construye sobre lo que se conoce. Es el desconocimiento el que
produce intolerancia o imposibilidad de elegir a conciencia y construir ciudadanía
democrática.
No se puede
educar para la autonomía a través de prácticas heterónomas, no se puede educar
para la libertad a partir de prácticas autoritarias, no se puede educar para la
democracia a partir de prácticas autocráticas. Cuando se impide el acceso a
conocer los diferentes modos de concebir la política, en realidad se actúa con
prácticas autoritarias que, pretendiendo ser asépticas, dan cuenta de una
modalidad de concebir el poder y responden al pensamiento dominante. Se opta
por la “blanquedad” de la cultura, entendiendo por blanquedad aquello que no es
negro, ni amarillo ni rojo, y que define al otro como étnico o racial, metáfora
del privilegio. Entonces, todo es política en la escuela: cuando se decide qué
se enseña y qué no se enseña, cuando se
eligen determinados contenidos y otros se omiten.
Se hace
política implícita o explícitamente y la primera es la más peligrosa en tanto favorece
la coacción encubierta y la colonización del pensamiento. Tal el caso del discurso hegemónico que ha
penetrado en las escuelas, un discurso que no habilita la discusión de la
historia y ha eregido en héroes y construido estatuas para los genocidas de
indígenas, de gauchos; de paraguayos; sindicalistas y anarquistas o de los
peones patagónicos en la semana trágica. O cuando trascienden en el aula categorías
discriminatorias y estigmatizantes, expresión de representaciones sociales
clasistas; y cuando se reproducen mitos
del discurso “blanquizado” que circula en la sociedad y en la porción de la
sociedad que es el aula, sin admitir debates, visiones diferentes o cotejo de
información pluralista.
Toda institución es un espacio de
micropolítica que define relaciones de poder por los modos de vinculación que
se construyen, por la forma en que circula el saber tanto entre pares como con
los demás miembros de la comunidad educativa, por las voces que se escuchan y
por las que se callan porque nunca se les da voz; actores silenciados no
silenciosos. Estos modos de vinculación con el saber y con los sujetos que
participan del proceso de enseñanza y aprendizaje, van perfilando matrices de
grupo, instalan un estilo institucional que marcan un perfil ideológico del
aula o de la escuela: eso también es política.
Es necesario
discutir con todos los actores involucrados en el proceso escolar esta
dimensión política de la escuela y tomar decisiones colectivas en torno a las
mismas.
Si queremos
construir ciudadanía es preciso constituir al aula en verdaderos polos de
discusión sobre la realidad y las relaciones de poder con las que se conviven.
El silencio no
es salud. Encubre y otorga. Es política
pero no lo expresa como tal. Y esta postura merece desconfianza porque banaliza
la democracia. La transforma en comida “fast-food”, que engaña porque conforma o llena pero no alimenta.
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