miércoles, 20 de junio de 2012

La violencia institucional y laboral


SÍNTESIS

¿Es posible generar una cultura de la no violencia si el sistema promueve prácticas violentas? ¿Qué mecanismos deberían utilizar los equipos e instituciones que se ocupan de la conducción escolar, regional o central, para facilitar relaciones democráticas? ¿Es posible transmitir una ética de la libertad y el ejercicio del respeto por los derechos de los otros, a partir de prácticas autocráticas y violentas?
En el presente trabajo se desarrollarán estos aspectos y la idea en relación a la importancia de democratizar todos los ámbitos educativos y niveles de conducción.


LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS  Y LAS RELACIONES DE PODER

Una institución es un entramado cultural que expresa cierta cuota de poder social, tanto por las normas referidas a la organización del grupo como a la concreción de ellas para regular la vida del conjunto de la institución y del comportamiento individual.
Se analizará aquí la institución educativa en sus distintos niveles de decisión, por lo cual, al referirnos a cultura institucional nos estaremos refiriendo a los distintos escenarios en los que se programa y ejecuta el hecho educativo.
Por esa razón, tomaremos al sistema educativo, como engranaje conformado por
varios subsistemas: macrosistema- mesosistema y microsistema.
Llamamos macrosistema a ese espacio constituido por los niveles de decisión central,  nacional o jurisdiccional. En él se dan las tomas de decisiones enmarcadas en el “deber hacer”, en el “deber ser” y en  el “deber saber”. Constituye el  marco ideológiico que define qué debe hacerse para que la transmisión de los saberes social y culturalmente constituidos en currículo explícito, se concrete. Proporciona encuadres teóricos,  prescriptivos, legales y  normativos,  reguladores de la acción escolar en función de determinada política educativa para el colectivo social.
El microsistema está constituido por las escuelas, unidades educativas, en las que se procesa el “deber ser” y se realizan las adaptaciones en función de lo que se “puede” hacer. Implica el espacio concreto de transmisión de saberes instituidos.
El mesosistema estaría constituido por todos los niveles de supervisión intermedia. Correspondería a ellos, los supervisores regionales o distritales, el proceso de intermediación, la construcción del puente entre lo que debe hacerse y se hace, la realización de los acoples necesarios para que la práctica cotidiana se acerque cada vez más a los requerimientos que plantea el marco teórico, político-ideológico.
Se cree generalmente que la transmisión de concepciones ideológicas se da en el primer nivel de decisiones, sin embargo no es así: en cada uno de estos niveles hay criterios ideológicos para la toma de decisiones, sean estos explícitos o no.  Los saberes se transmiten a través de acciones, ideas, preconceptos, conceptos, relaciones vinculares, actitudes, procesos que marcan modalidades de enseñar y aprender, de ser, hacer y convivir en la comunidad.
Del mismo modo, el currículo que pareciera ser neutral, es  producto de la relación de fuerzas entre los actores sociales más relevantes de la sociedad. Es el arbitrio de un arbitrio, que da cuenta de la “relación que existe entre la cultura, el conocimiento escolar y los intereses de los grupos o clases constitutivas de la sociedad. Para Pierre Bourdieu, la sociología de la educación es un capítulo fundamental de la sociología del poder en las sociedades contemporáneas.”[1]
 Plantear la violencia institucional nos lleva a analizar las relaciones de poder que circulan en todos los espacios educativos. Detrás de la creencia de que la educación y sobre todo la escuela, es o deben ser neutras, se esconde una realidad que se niega: todos los procesos de educación conllevan implícita o explícitamente relaciones de poder y en la medida que sean de sometimiento o autonomía, serán escenarios de violencia o democratización.
No significó lo mismo la aprobación de la nueva Ley Nacional de Educación, a la cual se le destinó un tiempo suficiente para la discusión de su contenido, que la forma en que se aplicó la reforma educativa de la década del 90. Esta no tuvo discusiones previas o durante el proceso y deslegitimó a quienes no coincidían con la propuesta.
Tampoco se constituirá en la misma matriz de aprendizaje, una escuela que abre el diálogo a maestros, padres y alumnos que una institución cuyo equipo directivo marca unívocamente el proyecto educativo.

RELACIONES DE PODER Y VIOLENCIA

      Foucault en La microfísica del poder se plantea que se puede querer cambiar el sistema ideológico sin querer tocar la institución; o bien, querer cambiar la institución sin  tocar el sistema ideológico. Un cambio auténtico implica la” conmoción simultánea de la conciencia y de la institución: lo que supone que se ataca a las relaciones de poder allí donde son el instrumento, la armazón, la armadura.”[2]  Llevar estos pensamientos a la escuela implica generar condiciones favorables para la discusión y el debate, vertical y horizontalmente, en todos los estamentos del sistema educativo.
 Luego afirma magistralmente Foucault:”El papel represivo del manicomio es conocido: en él se encierra a la gente y se le somete a terapia –química o psicológica- sobre la cual no tiene ninguna opción, o a una no terapia que es la camisa de fuerza. Pero la psiquiatría se prolonga en ramificaciones que van mucho más lejos,” (...) La psicopatología de la vida cotidiana revela posiblemente el inconsciente del deseo; la psiquiatrización de la vida cotidiana, si se la examinase de cerca, revelaría posiblemente lo invisible del poder[3] .
Si analizamos las formas que adopta la violencia en las instituciones educativas (en cualquier nivel de decisión como ya dijimos) observaremos su estrecho vínculo con lesa microfísica del poder, en la que se pone en juego lo establecido (instituido) y lo cambiante (instituyente) y el lugar que se asigna a cada sujeto. Cuando no se respeta a alguno de los miembros de una institución, hay violencia: la persona es negada o invalidada en tanto sujeto social y es tratada como objeto social. El distrato o el maltrato produce efectos sobre el individuo y sobre el mismo ámbito de pertenencia.
Diana Scialpi[4], a partir de sus investigaciones de casos de violencia en la administración pública, afirma que una de las formas de violencia es el acoso laboral que se da especialmente en las fuerzas armadas y cárceles, hospitales, escuelas y administraciones públicas en las que la tolerancia a la diversidad es escasa y tienen una historia en la que pesa el poder y el control. La misma autora explicita que “en todos los casos, el aprendizaje social, le impone al agente respetar a su superior, lo que conlleva la ideología (creencia) de que tiene la obligación de complacerlo..:” (...) Esto significa no discutir en situaciones de trabajo y aceptar las re-rotulaciones (resignificaciones) de las conductas que realizan los jefes.”[5] .
La violencia implica el ejercicio del poder mediante la fuerza física, psicológica, económica, política, etc. y la existencia de un “arriba”  y un “abajo”.  Reales o simbólicos adoptan habitualmente la forma de roles complementarios: padre-hijo, hombre-mujer, maestro-alumno, patrón-empleado, viejo-joven. Puede manifestase a través de : acoso psicológico, maltrato físico, intimidación, discriminación negativa, persecución, menosprecio, desvalorización de la tarea, imposición de tareas, aislamiento, inequidad salarial, silencios y complicidades. Y produce en la persona que la sufre, consecuencias físicas y psíquicas, desmoralización, desaliento, somatización y miedo.
Este es un párrafo del relato de una supervisora, en relación al acoso profesional que sufría de su jefa, máxima autoridad de la rama educativa a la que pertenecía:  “Cedía ante cualquier presión y nos llenaba de incertidumbre con sus cambios de humor y sus esquizofrénicas decisiones. Había logrado un buen consenso con los administrativos a quienes regalaba viáticos generosos por tareas no realizadas. Se apoyaba en su colaboradora inmediata que se ocupaba de llevar y traer rumores, te daba una palmadita de afecto y después te descuartizaban, las dos juntas, en el despacho. Su tiempo estaba totalmente dedicado a conversar con una patrulla de espías, por teléfono o personalmente, a los efectos de controlar hasta la vida privada de quienes trabajábamos con ella. No aceptaba opiniones ni discrepancias y llegó a prohibir que nos comunicáramos por mail para difundir e intercambiar documentos técnicos, porque no llevaban su firma o porque no podía tener acceso a todos ellos.”[6]
En este recorte del testimonio, podemos observar todos los elementos que suelen acompañar la violencia laboral: complicidad de pares, silencio de algunos, rumores de otros, prebendas económicas, control indiscriminado, decisiones no sólo inconsultas sino también erráticas.
En otro escenario institucional, un centro educativo, expresaba una docente:
“Desde hacía varios años sufría una persecución injusta de la directora. En el establecimiento no había buena relación entre los mismos docentes. Estaban los “nuevos y los viejos”, los preferidos, los que se preservaban y no emitían opiniones, los irónicos. A la directora y a algunas compañeras les molestaba que yo expresara mi malestar, entonces la directora que era muy persecutoria, fue aislándome paulatinamente. No me avisaba que si se suspendía una reunión, o si decidían alguna cosa, me ocultaba información y hasta llegó a pedirme en esos días ociosos de diciembre que limpiara y ordenara el archivo del centro. Durante un tiempo, buscamos la ayuda de un psicólogo institucional que pagábamos entre todas y al que asistíamos los sábados. No dio resultado. Para colmo, había en el grupo una compañera con problemas psiquiátricos que era el otro “chivo expiatorio”. No advirtiendo ningún progreso con la terapia grupal, decidimos dejar de hacerla ya que nos significaba esfuerzo económico y tiempo disponible de nuestro propio tiempo libre. Cuando leí sobre violencia laboral me di cuenta de que lo que necesitábamos era una persona que mediara en el conflicto. Hablé con la representante de mi gremio que trató de mediar con la inspectora. Lejos de una solución, el problema fue  creciendo porque la inspectora se puso de parte de la directora. En una reunión plenaria se ubicó con la directora detrás de un escritorio y las dos juntas nos interpelaron a nosotras que “quedamos en hilera” sentadas frente a ellas. “
En este otro testimonio también podemos encontrar los componentes de la violencia laboral: se oculta información, se subestima a algunos de los miembros con la complicidad de otros, se lo denigra con el trato o con las tareas que se le asigna.
Se han elegido dos casos que expresan la violencia en distintos niveles de decisión, por la fuerza que tienen en los grupos y su incidencia lógica en los modos de producir y “modelizar” cultura y gestión educativa.
 Poner en escena o abrir a la discusión estas situaciones podrá desanudar las encerronas trágicas, como lo pronuncia Ulloa (1995) que se dan en las instituciones “donde las personas agrupan sus vidas y esfuerzan sus trabajos” (p. 185)
LA VIOLENCIA Y EL LUGAR DE LA PALABRA
Ya decíamos en otro artículo de esta revista[7] que “es el diálogo el que convierte a los actores sociales –en este caso educativos- en sujetos pronunciantes.” Que la existencia no puede ser muda, son las palabras las que transforman al mundo y este, una vez pronunciado retorna problematizado a los sujetos para exigir nuevos pronunciamientos. Esta lógica la desarrolló muy bien Paulo Freire muchos años atrás.
La palabra nos devuelve la condición de sujetos sociales y contribuye a transformar los contextos educativos en los que nos desenvolvemos produciendo modificaciones de vinculación profesional y humana.  Cuando la palabra se quiebra, aparece la violencia. Tanto la palabra que se dice como la que se escucha, esto con niños, adolescentes y adultos. La palabra reparadora, la que calma, la que opina. Porque también está la palabra que ofende, que insulta, que ironiza, que utiliza el sarcasmo o el cinismo y da lugar a la mentira. En estos casos la palabra es violencia.
Es necesario juntarse para pensar, poner en palabras las tensiones y conflictos que se producen en el entramado social inmediato, para buscar y encontrar el “punto de instersección en el que concurran las miradas de múltiples actores.” (Fernández, 1998, p.23)
Poner en palabras lo que acontece en la no tan bucólica vida institucional educativa, puede resultar útil a la hora de generar espacios de reflexión, catarsis y superación de problemas.
La prevención es el mejor medio de arbitrar acciones que desalienten la violencia y permitan generar un colectivo institucional con relaciones positivas.  Cuando la prevención falla y se instalan conductas y vínculos de violencia, la respuesta debe ser la denuncia[8], nunca el silencio.

CONCLUSIONES
           
Es necesario constituir espacios de debate y circulación de la información y los saberes en todos los niveles de conducción educativa para que se genere un clima de respeto y tolerancia a las divergencias y para que todos los actores educativos se conviertan en protagonistas reales de la transmisión y producción de cultura.
La receta, si la hay, es sencilla: asumir la ética comunicacional como fundante de la cultura escolar. Una ética basada en el diálogo y las condiciones igualitarias para la discusión, recordando que:
-          Cada nivel educativo es un lugar para la toma de decisiones.
-          Las decisiones que involucran al conjunto de una institución (escolar, distrital, regional o central) deben ser válidas y justas.
-          La validez y la justicia de las decisiones se asientan en la participación de todos los involucrados.
-          La argumentación y la fundamentación de las ideas y las acciones son el motor para perfeccionar el propio proceso de toma de decisiones.
En este marco de diálogo, el sinceramiento y la  explicitación de las relaciones de poder instituidas, permitirá habilitar condiciones que neutralicen o erradiquen la violencia.
Quizá, para alejar la violencia, sea preciso, simplemente “propiciar grupos en estado de palabra”[9]


BIBLIOGRAFÍA:
Butelman, Ida (comp.), Pensando las instituciones. Sobre teorías y prácticas en educación, Buenos Aires, Paidós, 1997.
Cortina, Adela, El quehacer ético. Guía para la educación moral, Madrid, Santillana, 1996.
Fernández, Lidia M.,  Instituciones educativas. Dinámicas institucionales en situaciones críticas, Buenos Aires, Paidós, 1998.
Foucault, M. (1979) Microfísica del poder, Madrid, Las ediciones de La Piqueta, 1992.
Freire, Paulo, Pedagogía del oprimido, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973
Gentili, Pablo, Códigos para la ciudadanía. La formación ética como práctica de la libertad, Buenos Aires, Santillana, 2000.
Mendel, Gerad, La sociedad no es una familia. Del psicoanálisis al sociopsicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1993.
Percia, Marcelo, Una subjetividad que se inventa. Diálogo, demora, recepción, Buenos Aires, Lugar Editorial, 2002.
Percia, Marcelo, Tutoría y coordinación de grupos de aprendizaje, Universidad de Quilmes, 2000.
Revista Novedades Educativas, Año 16, Nº 165, Evitar el fracaso institucional: ser sujetos pronunciantes, Noveduc, septiembre 2004.
Scialpi, Diana, Violencias en la administración pública. Casos y miradas para pensar la administración pública como ámbito laboral, Buenos Aires, Catálogos, 2004.
Signorelli, Susana C. Educación en crisis. Una propuesta para la no violencia, Ramos Mejía, Ediciones Fundación Capac, 2002
Tenti Fanfani, Emilio, Sociología de la Educación, Universidad Nacional de Quilmes, 2004.
Ulloa, Fernando, Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica, Buenos Aires, Paidós, 1995.



[1] Tenti Fanfani en Carpeta de trabajo de Sociología de la educación, de la Universidad de Quilmes, 2000
[2] Foucalt; M. p.42
[3] Foucalt; M. p.42
[4] Scialpi (2004) Violencias en la administración pública. Casos y miradas para pensar la administración pública como ámbito laboral.
[5] Sciapi (2004) p. 45
[6] Párrafo que pertenece al relato “Cocodrilo que se duerme es cartera”, de una tallerista del Taller Virtual de Sandra Russo
[7]  Revista Novedades Educativas. Año 16- Nº 165, p.13
[8] Ya se han aprobado algunas leyes contra la violencia laboral. En tucumán la Ley Nº7232 de octubre de 2002. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ley 1225 de enero de 2004. En la provincia de Buenos Aires, Ley Nº 13,168 de febrero de 2004. Información de Scialpi (2004)
[9] Percia, Marcelo En Tutoría y coordinación de grupos de aprendizaje, 2000, p.45

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