Es posible que la respuesta al
misterio de la mente humana y su circunstancia educativa, “se encuentre en un
tipo de investigación que no acepte la separación tajante entre el espacio
neuronal interior y los circuitos culturales externos (...) para ello habría que pensar que los procesos
cognitivos son como una botella de Klein, donde el interior es también
exterior.” (Bartra, 2006)
Imagen: Botella de Klein. Interior y Exterior se entrelazan |
¿No sería justo
plantearnos si no es la estructura educativa graduada, normalizadora, la que
conduce a la construcción escolar del alumno problema? ¿Las prácticas
educativas no están confundiendo igualdad con homogenización? ¿Quiénes quedan
por fuera y quiénes quedan adentro, en la educación, en pos del discurso de la
igualdad? ¿Es lícito pensar que las causas del fracaso residen en la ausencia
de rasgos que definirían a la inteligencia? ¿O habría que atender a la desigual
e inequitativa distribución del capital cultural con su poderosa incidencia en
la formación de los procesos psicológicos superiores? ¿Naturalizar rasgos que son construídos
socialmente, no constituye una expresión del neodarwinismo social que permite
desculpabilizar las conciencias? ¿Podemos hablar de un divorcio entre el saber
escolar y la vida? ¿Los déficits de atención, las fobias escolares, los trastornos
de aprendizaje, necesitan ser medicados, rehabilitados, corregidos o pueden ser
prevenidos y reducidos a su mínima
expresión a través de la “école sur mesure”, es decir, una escuela a la medida
de cada uno? ¿Por qué cuando los docentes o los profesionales no obtenemos los
resultados que nos proponemos para un alumno,
colocamos bajo sospecha a su naturaleza y condiciones, a su familia y a
su entorno social, poniendo las culpas en el afuera educativo, en la otredad
escolar? ¿Por qué pretendemos predecir la educabilidad? ¿Se pueden
psicometrizar los “rasgos” del alumno? ¿Por qué no evaluamos la educatividad? Y, por último, nos preguntamos ¿la educación
especial –tal como está planteada- sobredimensiona la discapacidad?
Todos estos interrogantes nos parecen centrales a la
hora de pensar la institución escolar y el trabajo con alumnos con necesidades
educativas especiales. La frontera entre lo que un alumno “es” por si mismo y
lo que es si el contexto lo favorece, marca la importancia de desmitificar la
centralidad del diagnóstico y priorizar la influencia del contexto. Y en el
caso de la educación, promover la construcción de entornos educativos
proactivos.
Reflexionar desde la educación planteando cambios no
sustanciales sobre promoción, criterios para la misma, etc. sin preocuparnos
por cambiar la institución, constituye un nuevo concepto de los argumentos de
la “metástasis”, en el sentido de que se utilizan ideas viejas bajo el disfraz
de nuevas propuestas.
El proceso
fundante de la psicopatologización de la infancia en la escuela es el de
la evaluación, tanto de los aprendizajes
como de las causas de los “no aprendizajes” o de los aprendizajes no deseados
ni prescriptos por el currículum. El pensamiento dominante de las “minorías
mayoritarias” impone sus representaciones y criterios a partir de una lógica
binaria que nos habla de culpables e inocentes, aprobados y desaprobados,
normales y anormales. Lógica que naturaliza estas diferencias, considerándolas
a partir de rasgos o propiedades ontológicas que el sujeto porta y en los que
se desconoce su construcción desde lo social y escolar.
Foucault en “La microfísica del poder” se plantea que se puede querer
cambiar el sistema ideológico sin querer tocar la institución; o bien, querer
cambiar la institución sin tocar el
sistema ideológico. Un cambio auténtico implica la “conmoción simultánea de la
conciencia y de la institución: lo que supone que se ataca a las relaciones de
poder allí donde son el instrumento, la armazón, la armadura”
La distinción
entre normal y patológico es más fuerte –según Foucault- que la de culpable e
inocente “Una refuerza la otra. Cuando un juicio no puede enunciarse en
términos de bien y de mal se lo expresa en términos de normal y de anormal. Y
cuando se trata de justificar esta última distinción, se hacen consideraciones
sobre lo que es bueno y nocivo para el individuo.” La dimensión negativa de la
asimetría de poder es más notoria en el patologizado y es más difícil que este
sujeto -por sus propios medios- pueda
revertir su situación.
Será posible
buscar alternativas diferentes si somos capaces de permitirnos dudar, problematizar esas cuestiones, sometiéndolas al cribo de una hipercrítica y exponerlas sin tener miedo de la fuerza que
las palabras poseen. Utilizando la máxima conocida de Foucault: en vez de la
gran revolución, pequeñas revueltas cotidianas. En lugar de preguntarnos
cómo incluir al diferente tendríamos que preguntarnos cómo reconstruir estos
espacios para que sean habitables antes que habitados. Cómo generar espacios
donde la diversidad sea recuperada como valor y no desde la tolerancia. Cómo desinstalar hábitos.
Por eso, la receta –si la hubiera- es
el diálogo abierto, el que admite silencios como vacíos a llenar, como
oportunidad para escuchar voces no escuchadas y para incursionar en nuevas
ideas. Desplazar la fuerza de la mirada de lo patológico implica poder
preguntarse qué podemos aportar para que cada sujeto se desarrolle plenamente
como tal y qué tenemos que reclamar a otros sectores de la comunidad.
(Las reflexiones y algunas conceptualizaciones pertenecen a un Trabajo sobre "Patologización de la Infancia" realizado conjuntamente con la profesora María Elena Haramboure)
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