lunes, 3 de junio de 2013

Educación y NEE

Es posible que la respuesta al misterio de la mente humana y su circunstancia educativa, “se encuentre en un tipo de investigación que no acepte la separación tajante entre el espacio neuronal interior y los circuitos culturales externos  (...) para ello habría que pensar que los procesos cognitivos son como una botella de Klein, donde el interior es también exterior.” (Bartra, 2006)


Imagen: Botella de Klein. Interior y Exterior se entrelazan 

¿No sería justo plantearnos si no es la estructura educativa graduada, normalizadora, la que conduce a la construcción escolar del alumno problema? ¿Las prácticas educativas no están confundiendo igualdad con homogenización? ¿Quiénes quedan por fuera y quiénes quedan adentro, en la educación, en pos del discurso de la igualdad? ¿Es lícito pensar que las causas del fracaso residen en la ausencia de rasgos que definirían a la inteligencia? ¿O habría que atender a la desigual e inequitativa distribución del capital cultural con su poderosa incidencia en la formación de los procesos psicológicos superiores?  ¿Naturalizar rasgos que son construídos socialmente, no constituye una expresión del neodarwinismo social que permite desculpabilizar las conciencias? ¿Podemos hablar de un divorcio entre el saber escolar y la vida? ¿Los déficits de atención, las fobias escolares, los trastornos de aprendizaje, necesitan ser medicados, rehabilitados, corregidos o pueden ser prevenidos  y reducidos a su mínima expresión a través de la “école sur mesure”, es decir, una escuela a la medida de cada uno? ¿Por qué cuando los docentes o los profesionales no obtenemos los resultados que nos proponemos para un alumno,  colocamos bajo sospecha a su naturaleza y condiciones, a su familia y a su entorno social, poniendo las culpas en el afuera educativo, en la otredad escolar? ¿Por qué pretendemos predecir la educabilidad? ¿Se pueden psicometrizar los “rasgos” del alumno? ¿Por qué no evaluamos la  educatividad?  Y, por último, nos preguntamos ¿la educación especial –tal como está planteada- sobredimensiona  la discapacidad?
Todos estos interrogantes nos parecen centrales a la hora de pensar la institución escolar y el trabajo con alumnos con necesidades educativas especiales. La frontera entre lo que un alumno “es” por si mismo y lo que es si el contexto lo favorece, marca la importancia de desmitificar la centralidad del diagnóstico y priorizar la influencia del contexto. Y en el caso de la educación, promover la construcción de entornos educativos proactivos.
Reflexionar desde la educación planteando cambios no sustanciales sobre promoción, criterios para la misma, etc. sin preocuparnos por cambiar la institución, constituye un nuevo concepto de los argumentos de la “metástasis”, en el sentido de que se utilizan ideas viejas bajo el disfraz de nuevas propuestas.
El proceso fundante de la psicopatologización de la infancia en la escuela es el de la  evaluación, tanto de los aprendizajes como de las causas de los “no aprendizajes” o de los aprendizajes no deseados ni prescriptos por el currículum. El pensamiento dominante de las “minorías mayoritarias” impone sus representaciones y criterios a partir de una lógica binaria que nos habla de culpables e inocentes, aprobados y desaprobados, normales y anormales. Lógica que naturaliza estas diferencias, considerándolas a partir de rasgos o propiedades ontológicas que el sujeto porta y en los que se desconoce su construcción desde lo social y escolar. 
Foucault en “La microfísica del poder” se plantea que se puede querer cambiar el sistema ideológico sin querer tocar la institución; o bien, querer cambiar la institución sin  tocar el sistema ideológico. Un cambio auténtico implica la “conmoción simultánea de la conciencia y de la institución: lo que supone que se ataca a las relaciones de poder allí donde son el instrumento, la armazón, la armadura”
La distinción entre normal y patológico es más fuerte –según Foucault- que la de culpable e inocente “Una refuerza la otra. Cuando un juicio no puede enunciarse en términos de bien y de mal se lo expresa en términos de normal y de anormal. Y cuando se trata de justificar esta última distinción, se hacen consideraciones sobre lo que es bueno y nocivo para el individuo.” La dimensión negativa de la asimetría de poder es más notoria en el patologizado y es más difícil que este sujeto -por sus propios medios-  pueda revertir su situación.
Será posible buscar alternativas diferentes si somos capaces de permitirnos dudar, problematizar esas cuestiones, sometiéndolas al cribo de una hipercrítica  y exponerlas sin tener miedo de la fuerza que las palabras poseen. Utilizando la máxima conocida de Foucault: en vez de la gran revolución, pequeñas revueltas cotidianas. En lugar de preguntarnos cómo incluir al diferente tendríamos que preguntarnos cómo reconstruir estos espacios para que sean habitables antes que habitados. Cómo generar espacios donde la diversidad sea recuperada como valor y no desde la tolerancia. Cómo desinstalar hábitos.
         Por eso, la receta –si la hubiera- es el diálogo abierto, el que admite silencios como vacíos a llenar, como oportunidad para escuchar voces no escuchadas y para incursionar en nuevas ideas. Desplazar la fuerza de la mirada de lo patológico implica poder preguntarse qué podemos aportar para que cada sujeto se desarrolle plenamente como tal y qué tenemos que reclamar a otros sectores de la comunidad.

(Las reflexiones y algunas conceptualizaciones pertenecen a un Trabajo sobre "Patologización de la Infancia" realizado conjuntamente con la profesora María Elena Haramboure)